De otra manera, sin nombres, andaríamos el universo como animales inmortales
La muerte de uno, un suceso pronto olvidado, porque no se pierde nada
Más nacerán con los sueños llenos de luz y movimiento, con la desolación indescriptible de la existencia y el anhelo por el espacio frío y tranquilo entre las estrellas. Pertenecemos, así, no a los días ni a los año sino a la inmensa escala del tiempo que acapara los asuntos de la evolución y la geología.
Cualquiera de las dos situaciones en la que estemos tiene su tragedia
¿Cómo enfrentar la carga de ser únicos e irrepetibles, esa responsabilidad con el universo y nuestra alma, como es posible la comunicación con los otros? Mientras que en el segundo escenario
¿Importa la vida de una persona cuando no es más que un grano de arena igual a otros que fueron, que son y que van a ser?
Creo que es lo primero. Somos los fantasmas y los extraños de la Tierra, quizá, del sistema solar
Ninguna otra cosa en nuestro universo cercano asume que tiene un nombre y lo luce tanto como nosotros
Somos los que pasan
La ola que se choca en la playa dura más
Porque es la misma ola desde el inicio del tiempo
Porque es la misma ola de esta playa y de todas las playas
Pero nada es como nosotros
Las rocas abarcan la vastedad del tiempo
La fauna y flora propia de una pedazo de la Tierra obedecen a un reloj distante al nuestro
El tiempo de las hojas de hierba, de los árboles de mango, del río, de la montaña o del calamar abisal no nos son propios
Ajenos, visitantes esporádicos, turistas de último momento, somos nosotros
Una nube no carga nombre
Nosotros, en cambio, vemos universos surgir en nuestra mente sólo para verlos decaer en silencio en ruinas mientras las nubes pasan indiferentes
La desolación de no repetirnos
Los únicos testigos de maravillas que ocurren una vez para siempre
El nacimiento y la muerte de alta frecuencia
Nuestra escala de tiempo llena de sucesos los días y los años pero en esa misión no nos acompañan
Así como el que hace su vida pasando de rapidez por un pueblo y otro, permanece viajando y solo alcanza a ver por la ventanilla que ha llegado a otro pueblo más cuyo nombre desconoce y del que pronto habrá de partir, tiene un experiencia del mundo distinta de aquel que vive en el mismo pueblo toda su vida, los humanos no vemos el otro lado del mundo sino que somos destellos de luces que inventan su propio idioma para solo verlo decaer en el fondo indiferente de las otras escalas o esferas del tiempo, mientras existen los otros, esos que no son fantasmas, esos que han vivido toda su vida en el mismo pueblo y del cual no han salido nunca.